No puedo recomendarte esto lo suficiente. Para enseñar y difundir la Palabra debes conocer la palabra íntimamente, y releerla a diario.
Aunque haya pequeñas diferencias entre la Biblia que usa la religión católica, la iglesia Pentecostal y otras, para ser un líder de almas en cualquiera es preciso tener una relación cercana con las Escrituras y dedicar tiempo a su lectura y estudio.
Debemos aspirar a la perfección aunque esta no sea alcanzable para las personas. Nunca des tus estudios por terminados, nunca dejes de aprender y de superarte. Prueba constantemente nuevas técnicas y enfoques, aficiones y deportes, relaciónate con personas diferentes y sé siempre la mejor versión que puedas ser de tí mismo.
Muchos pastores caen en el error de predicar en momentos en los que no es apropiado. Escuchar es un talento que se debe adquirir y practicar - tómate el tiempo para ser un buen escucha.
Pon atención a lo que dice tu congregación y haz preguntas. Atiende a los consejos y anécdotas de otros pastores. Aprende de todos ellos, reconoce las inquietudes y necesidades de tus feligreses y luego responde a ellas durante sermones y charlas - el único momento en el que debes dominar la conversación.
La labor de un pastor es difícil y exigente - apóyate en aquellos que enfrentan los mismos retos, y comparte con ellos tus dudas y problemas.
Acércate a tus hermanos pastores y procura pasar tiempo de calidad con ellos a nivel personal, ya sea con una comida o una reunión agendada en la que puedan tener un rato a solas para conversar de su misión y recordar que no están solos.
¿Qué es la iglesia? Muchas cosas, entre ellas una familia. Somos humanos, y habrá ocasiones en las que sientas deseos de quejarte de las acciones o la actitud de algún otro pastor o algún miembro de tu iglesia.
Evítalo a toda costa, y más bien procura encontrar lo bueno en cada uno y elogiarlo públicamente. Esto hará que todos confíen en tí como líder y pacificador, y que se acerquen a tí con sus quejas y dificultades sin temor a ser criticados a sus espaldas.
“La caridad empieza en casa,” y el ministerio empieza en tu familia. Dedica tiempo a tu esposa, haz citas con ella y dales toda la prioridad que se merecen. No la uses para desahogarte cuando algo sale mal en tu iglesia - ese no es el rol de ella, y puede afectar su actitud con respecto a tu congregación.
Si tienes hijos dedícales tiempo, amor y atención, y no permitas que tu iglesia te acapare a expensas de tu tiempo con tus hijos, porque esto los llevará a alejarse de la iglesia y “resentirla” por robarles a su padre.
Tanto amó Jesús a su iglesia que dio la vida por ella. Un pastor es siervo de la congregación que lidera - ama a tu congregación aunque sus errores y pecados rompan tu corazón a veces.
Ámalos con firmeza y disciplina si la necesitan, ámalos protegiéndolos de quienes les hacen daño. Ama a tu congregación con tus palabras y actos, diciendo la verdad, siendo paciente y cuidadoso, y ellos lo notarán y responderán de igual manera.
Un pastor siempre se verá expuesto a la crítica, la calumnia y las ofensas. Puede que se trate de críticas constructivas, como también puede que sean injustas. Habrá quien te malentienda o se moleste por tus palabras o acciones.
Apóyate en Dios y en la Palabra para desarrollar una “piel gruesa” que no se irrite por las críticas y las ofensas, y mantén tu corazón abierto a tu congregación a pesar de sus errores.
Un joven pastor se expone a muchas tentaciones y a cometer errores por inexperiencia. Es esencial que siempre tengas un pastor experimentado que te ayude como mentor y a quien le rindas cuentas constantemente de tu conducta personal, con el fin de ayudarte a vivir siempre de forma recta, digna y ejemplar.
He dejado el punto más importante para el final: ora, ora constantemente.
La oración será tu mejor arma, tu mayor aliada, tu aliento e inspiración. Dios te hablará cuando ores, y te reparará las fuerzas y te dará las respuestas que necesitas.
Ora para fortalecerte, para consolarte, para relajarte y para motivarte. Ora por tu familia, por tu iglesia, por tí mismo, ora por ellos y con ellos. Nunca subestimes ni olvides el poder de la oración para ayudarte con tu ministerio y tu propia vida.